Querido lector:
¿Alguna
vez has sentido que te convertías en un témpano de hielo? Puede que en alguna
ocasión, tu cuerpo estuviese tan entumecido que ni siquiera los dedos eras
capaz de mover. Cada año, con la puntualidad de un reloj suizo, las hojas
caídas durante el otoño nos advierten de la llegada de un frío y viejo amigo.
El invierno llama a nuestra puerta.
¿Y
no podría ser cada hoja otoñal una clase sobre arte o una entrada de blog? ¿Tal
vez una visita a un museo o el simple paseo por una histórica calle? El viento
que las trae y se las lleva nos suplica que dejemos un pequeño resquicio para
que la estación blanca pueda entrar. Porque así es el arte, se filtra por un
pequeño hueco y sin hacer ruido alguno nos atrapa. El peso de los años a sus
espaldas no hace mella en su capacidad hipnótica: cuadros, esculturas,
películas… cada obra consigue paralizarnos. Su belleza, al igual que el frío
del invierno, se incrusta en nuestra mirada, en nuestro pecho, en nuestros
dedos y labios y ya no nos deja marchar. Se saben hermosas y disfrutan con
nuestra contemplación. Cuando las luces se apagan, comentan el aspecto de ese o
aquel hombre que se quedó embobado mirándolas. Es su tímida vanidad la que las
saca del tedio al que los años y los museos las someten.
Helarte
de frío deja de ser un juego de palabras y pasa a ser una verdadera aventura.
Una que sólo los más valientes pueden emprender, una en la que corres el riesgo
de ser apresado, quedar inmovilizado o en el peor de los casos, morir
congelado. Pero, sin ninguna duda, valdrá la pena.
¿Te
unes a nosotras?
Preciosa entrada para vuestro blog. Ha sido un placer visitarlo.
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