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domingo, 21 de diciembre de 2014

Bailando Ballet

A mediados de noviembre tuve la inmensa suerte de acudir a dos recitales de ballet. Mi interés por este tipo de actuaciones surgió de pequeña cuando vi la película “Billy Elliot”. La escena final en la que el bailarín Adam Cooper queda suspendido en el aire al realizar un salto durante la representación de “El lago de los cisnes” de Tchaikovsky, me encantó. Y me encantó porque me preguntaba cómo tal cantidad de belleza podía quedar recogida en un minúsculo momento. Al final entendí que esa es la maravilla del cine: el captar aquello intangible y ofrecerlo al espectador para que lo pueda saborear, degustar y deleitarse. Sin embargo, el cine carece de ese contacto físico con los personajes: no los vemos realmente, es tan solo su proyección en una pantalla. Pero el teatro… el teatro es ese comensal que golpea fuertemente la mesa con su puño y se impone: “no tendré efectos especiales extraordinarios, técnicamente no podré competir con el cine, pero poseo algo que no tiene: magia”. Y así es y así lo pude comprobar.
                Las ofertas culturales de las que dispone la ciudad de Valencia son mucho mayores de las que ofrece Gandía (que es donde vivo). Animada por una amiga de esta facultad, el año pasado compramos entradas para ver “El Cascanueces” en el Teatro Olimpia. Era la primera vez que tenía un contacto tan directo con el mundo de la danza y lo cierto es que no quedé defrauda. Tanto es así que este año volví a repetir la experiencia pero con “La bella durmiente” y “El lago de los cisnes”, todo obras de Tchaikovsky interpretadas por el Ballet Ruso. A medida que las manecillas del reloj hacían su cotidiano recorrido, pude darme cuenta de que cada elemento sobre el escenario contribuía a crear una obra de arte en movimiento. Como si de una sucesión de cuadros se tratase, el fondo lo conformaban los decorados de vivos colores, y cada uno de los planos estaba compuesto por bailarines. Normalmente quedaban atrás los que tenían menor relevancia dentro del hilo de la historia y los protagonistas se acercaban al público ubicándose en el primer plano. Incluso cuando el escenario lo ocupaba una sola persona, no daba la sensación de que estuviese vacío, tenía tanta presencia el cuerpo y los movimientos del bailarín que, compositivamente, la escena no perdía peso. Y es que la magia reside en cada una de las expresiones de los rostros (especialmente destacable la profunda tristeza del Cisne blanco), en los saltos y en la admiración que se genera en el espectador al entender que cada paso reposa en la memoria del bailarín, que cada movimiento está pensado y que ofrecer belleza requiere un esfuerzo físico y psicológico enorme.

                La luz, al igual que en la pintura también ayuda a crear atmósferas y a desarrollar en el espectador una u otra sensación según haya dispuesto el director de la obra. Y por último, nada quita protagonismo a las maravillosas composiciones musicales de Tchaikovsky que sostienen la obra; es más, potencian el efecto atrayente de la misma. Son la voz de los personajes, que mudos, dependen completamente de sus movimientos, expresiones y música para transmitir emociones.


                La compañía se juega mucho: si gusta su actuación, el público repetirá y la industria seguirá funcionando. En el fondo, cada elemento, cada persona es responsable de que el arte no se apague. Y aunque semeje tratarse de un peso terrible, en realidad es una carga ligera para quien disfruta con lo que hace, que además tiene la recompensa de impregnar el mundo de belleza. Ojalá cada uno de nosotros podamos rebuscar en nuestro corazón hasta dar con aquello que realmente nos motiva y nos arranca una sonrisa, eso que será luz en la oscuridad de nuestras noches.  



1 comentario:

  1. La danza es un arte maravilloso, cargado de emoción y también, por qué no reconocerlo, sacrificio por parte de los bailarines. Pero es su pasión y se nota encima de un escenario. Muy bien.

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