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domingo, 21 de diciembre de 2014

Con "a" de arder y "a" de adiós

Esta última entrada es una despedida. Las hay definitivas, las hay pasajeras, quién sabe qué carácter tendrá esta. A lo mejor es impetuosa como el viento, como las violentas tormentas de Turner o quizá tiene un cierto aire campestre, a semejanza de los paisajes de Constable. Pero más allá de lo que pueda ser, su voluntad pide quedarse.

La fotografía que adjunto es un ocaso capturado desde la ciudad de Gandía. Ese día, el ya de por sí rojo crepúsculo, vio acentuado su color a causa de las llamas de un incendio que devoraban las montañas. No es la primera vez que ocurre, cada año el verde muta a negro y el olor a muerte no desaparece hasta mucho tiempo después. Otras veces, el fuego también se ha cobrado la vida de obras de arte y literatura, ¿qué libro prohibido no ha sucumbido bajo una hoguera? y sin embargo, esa misma hoguera es la que ha dado calor en un día frío a una persona que vive en la calle. Al igual que esta imagen donde se confunden  horror y belleza; el fuego da vida y a la vez sostiene la guadaña. Y eso se puede extrapolar a miles de campos, ¿acaso el arte no puede gustar y escandalizar a la vez? Qué curiosa combinación de sentimientos se pueden generar en el corazón humano.

Al final siempre existe la esperanza: los bomberos que logran salvar un hogar, el grupo de valientes que oculta libros y pinturas potencialmente herejes o infames o el mismo atardecer. Y es que, aún cuando todo semeje perdido, en el momento en el que te abrace hasta la asfixia la oscuridad: adelante. Todos los caminos tienen un final y todo final es un nuevo principio, tras el invierno llega la primavera y después de cada noche, el sol acecha por el este.

1 comentario:

  1. Odio decir adiós. Lo odio. Ha sido un placer leer tu entrada y contemplar tu paisaje. Muy bien.

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